En la mentalidad Nueva Era actual resulta casi embarazoso hablar de un Dios personal, predominan pensamientos como “tú eres tu propio gurú” o “tú eres Dios”, o incluso “Dios es tu propia proyección personal”. No se podría decir que la consciencia cósmica, la única consciencia detrás de todo, es un ser personal pero el Sanatan Dharma (el llamado “hinduismo”) enseña que esa consciencia se puede manifestar a nosotros por nuestra devoción y aspiración, y por su gracia, a través de una persona humana. Así se manifestó a Arjuna a través de Krishna, tal como narra el Bhagavad Gita, y así también se puede manifestar a nosotros a través de un Satgurú.
También se da esa manifestación personal del Divino a nivel interno y, según las palabras de yoguis y santos como Sri Aurobindo, Yogananda, Ramakrishna, San Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y místicos sufíes, se puede pensar que esta relación es finalmente una fuente de gozo supremo inconcebible.
Sin que experimentemos estas cimas, en nuestra relación con el Divino personal, el Gita propone algunas prácticas que, cuando conseguimos aplicarlas a la vida cotidiana, son profundamente liberadoras. Podríamos llamarlas “prácticas devocionales”, pero son prácticas yóguicas tan gozosas y liberadoras como horas intensas de la mejor meditación.
Pasado, presente y futuro
Algunas de estas prácticas son:
- Ver al Divino en cada persona – y servirle en ella. El servicio incluye el desapego hacia los resultados del servicio. Cuando contemplamos al Divino personal en las personas que nos rodean se establece un patrón de relación social totalmente distinto, en el que las necesidades habituales del ego, sus intercambios en busca de colmar sus necesidades y neurosis, se trascienden. Entonces podemos establecer relaciones más allá de las limitaciones del ego.
- La entrega del pasado: muchas personas se sienten definidas por su pasado. Pero el pasado es una carga, cuyo recuerdo se manifiesta a menudo en nuestra mente acompañado de remordimiento, vergüenza o resentimiento. Todo esto es un engaño de la mente, que nunca es un testigo imparcial de lo que realmente pasó. Y aunque lo fuera ¿de qué nos sirve revivir lo que no existe, lo que ya no es real?
- Entregar los frutos de nuestros actos: el mensaje del Gita es “Haz tu trabajo con lo mejor de tu habilidad, pero entrégame a Mí los resultados”. Sencillamente, no podemos, aunque queramos, controlar los frutos que darán nuestras acciones. No somos los dueños de nuestro karma ni del de los demás. Somos dueños de las acciones que podemos realizar en el presente y de la actitud con la que las ejecutamos. Esta práctica nos ayuda a liberarnos de preocupaciones inútiles provocadas por nuestra necesidad de controlar aquello que en realidad se nos escapa de las manos.
- Entrega de la preocupación por el futuro: se ofrece al Satgurú/Divino, en la creencia de que se ha hecho cargo de nuestras vidas. Esto es sin duda lo más difícil y el mayor de los aprendizajes, la entrega. Los Siddhas dicen que éste es el mayor logro en el Yoga. La entrega necesita una sintonía mantenida de forma más o menos constante y, ciertamente, una devoción de corazón. La devoción no es algo que uno elija, al comienzo es algo que sucede, igual que cuando uno se enamora. Pero luego sí que uno puede elegir nutrirla y mantenerla viva.
Todo esto supone un ejercicio de entrenamiento mental yóguico, que se traduce luego en una actitud vital, en una forma de vida. Es el entrenamiento de entregar los pensamientos que nos atan al pasado, al presente y al futuro. El resultado de esta entrega es una gozosa liberación, lo que sólo se puede experimentar con la práctica. Nos liberamos de las ataduras del ego y del karma, las acciones.
El Yoga, en sus diferentes prácticas, conduce a la liberación de la prisión del ego, hacia la libertad del Ser, cuya naturaleza misma es paz y gozo.